Queridos chicos, hola mucho gusto. Mi nombre
es María Fernanda Gutiérrez, soy cuentacuentos, este es mi bellísimo trabajo y
amo contar historias.
A través de la maestra Mónica llego hasta
ustedes, para contarles sobre esta elección que hice en mi vida… este oficio es
tan pero tan bello, que entre otras cosas me ha llevado a conocer vuestro país
hace dos años, como se imaginarán anhelo volver… así que deseemos juntos y en
una de esas, el sueño se cumple y este año voy a visitarlos.
Por ahora les cuento un cuento pòr escrito que
no es lo mismo… pero es hermoso también.
EL
YACARÉ (bichito parecido a un cocodrilo que habita los ríos de la Mesopotamia
argentina)
Dícese
de un yacaré overo, que andaba echadito al sol, día y noche, noche y día…
invierno, verano, primavera… y otoño, claro!!
Se
juntaba con los otros yacarés con sus patas bien clavadas en el fondo del
barrito fresco y charlaban horas sobre como escaparle al posible final de
“milanesa de ellos mismos” o “cartera de sus parientes”.
Una
tarde mientras se rascaba el lomo contra una piedra y sus amigotes se iban de
parranda al costadito de la barranca donde el sol pega de lleno y uno puede
dormirse unas siestas maravillosas… él sintió que un vago oleaje le hacía
vibrar su armadura de cola a hocico.
¿Qué
pasaba, otra broma de la muchachada?
Miró
para todos lados, tomó aire como para que le alcanzara para un chamame y medio,
y se sumergió lo más profundo que pudo… que no fue tanto porque andaba por la
playita. Cuando andaba en esto de escabullirse, la vio.
Nunca,
pero nunca, nunca de nunquísima, nuestro amigo había visto yacaresa más
hermosa, más gris pálida, con manchas más bellas, con garras tan deliciosamente
“rascadoras” de lomo… y ahí nomás se acercó nadando mientras se imaginaba el
mordisco que le daría.
Pero
cómo acercarse realmente? cómo preguntarle su nombre? cómo decirle lo increíblemente
bella que era su piel áspera y rugosa?
En
medio del río Paraná, se
encontraron. Ella lo miró
como diciendo: “que
churrasco para comerlo con papas”… y él pasó bien arrimadito, y la pispió con
sus ojitos de pupilas verticales, mientras centellaban sus pestañas como
diciendo: “yo para usted… papas, zapallitos, zanahoria… y hasta brote de soja
sería”.
El
amor pasó por un período de descansos en la playita mirándose de reojo hasta
regalarse unos bocaditos de
cangrejo o de tortuga los viernes a la noche. Los muchachos de la barra, al
principio lo cargaban, pero al final reconocieron que el amigo estaba
enamorado, así que lo dejaron tranquilo y sólo le pidieron que se cuidara,
porque esto de enamorarse
para los yacarés es cosa seria, de golpe y sin pensarlo, los estados de tontera
que provoca, los puede hacer terminar en una caja de zapato de mujer número 37, en el
tercer estante de una zapatería, alejadísima de la bella playita barrosa del
majestuoso río Paraná.
Aquí un dibujito de un yacaré feliz…
Un abrazo enorme a todos y cuéntenme cómo
sigue los cuentos…
MARIA
FERNANDA GUTIERREZ.
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